■ La primera familia ya vive de forma autónoma en un pueblo de la provincia gracias a una oferta de trabajo para un refugiado con hijos a su cargo.
■ Un equipo de profesionales de distintas disciplinas y voluntarios trabaja para que los asilados superen sus traumas y encuentren una nueva vida.
■ Para lograr los objetivos de integración es imprescindible contar con demanda laboral y viviendas en alquiler.
“Cruz Roja es nuestro ángel de España. Desde que llegamos a la costa andaluza, hace más de un año, no nos ha dejado de la mano. Nos ha dado todo, pero lo más importante: seguridad y futuro”. Fatma habla con agradecimiento y llena de esperanza. Ella, su marido Amed y sus tres hijos son refugiados que, tras superar infinidad de peligros, han encontrado una nueva vida en un pueblo de la provincia de Huesca y se han convertido en un ejemplo de integración. Ambos (26 y 31 años, respectivamente) trabajan y comparten el cuidado de los niños (9, 8 y 5 años).
Esta familia, cuya identidad y paradero son confidenciales por motivos de su seguridad, forma parte del grupo de 51 personas que Cruz Roja Huesca tiene en su programa de acogida e integración para solicitantes y beneficiarios de protección internacional. La responsable del mismo, Teresa Aso, explica que en su caso se han dado circunstancias que han permitido asentarles y llevar una vida casi normalizada, aunque aún arrastran secuelas del calvario que vivieron.
Fatma y Amed tenían una vida feliz junto a sus tres pequeños en una casa cerca del mar en un país del norte de África y no podían llegar a pensar que una noche su vida iba a cambiar para siempre. Ruidos extraños los despertaron. Amed salió y vio algo terrible. A partir de ahí empezó su martirio: persecuciones, torturas, amenazas de muerte hacia él y su familia… Tuvieron que abandonar su casa, separase, esconderse, ir de un lugar a otro… hasta que vieron que su única salida era escapar de su país porque las autoridades no podían protegerlos.
La huída
“En tres días preparamos la huída. Con otras personas que estaban en situación parecida compramos una patera para venir hacia España. Salí de casa de mi familia, dónde estaba escondida, por una ventana con mis hijos y cuatro cosas y sin despedirme de mi padre”, relata Fatma. Pasaron 24 horas en el mar sin saber qué iba a ser de ellos y llegaron a la costa de Almería deshidratados, agotados y atemorizados. “No había nadie para ayudarnos así que llamamos al 112 y enseguida vino la Cruz Roja. Desde entonces ha sido nuestro ángel”
Fatma y Amed explican que era tanto el temor a ser descubiertos por sus perseguidores que no se atrevieron a decir que huían de una muerte casi segura en su país. “A la responsable de Cruz Roja que me atendió –dice ella- le extrañaba que viniéramos como inmigrantes si yo en mi país trabajaba como profesora de francés y mi marido se ganaba la vida con la pesca”.
La familia fue alojada en un módulo de acogida y después en el centro de internamiento de extranjeros para realizar los trámites y de allí enviados a Alcaudete, (Jaén). Tras un periplo por otras ciudades y una vez que fueron capaces de solicitar el asilo, recalaron en Huesca en marzo de 2018.
Teresa Aso y su equipo, conformado por trabajadoras y educadoras sociales, psicólogos, un coordinador de aprendizaje del idioma, una asesora legal y un batallón de 47 voluntarios, les atendió desde el primer momento. Aso recuerda que esta familia llegó con mucha inseguridad y llena de temor. “Las primeras semanas son duras, pero poco a poco, gracias a una intervención integral, se van vislumbrando los primeros avances, y esos son los que hacen de gasolina para se produzcan los demás hasta lograr la tan ansiada autonomía”, señala.
Y es que no hay tiempo que perder. El programa tiene una duración total de 18 meses, ampliables a 24 en casos de especial protección como trata de seres humanos o tortura, entre otros, repartidos en 2 fases: una primera de ‘acogida temporal’, con una duración variable de entre 3 y 9 meses, en la que las personas/familias se alojan en uno de los dispositivos de Cruz Roja donde se les garantiza la cobertura de las necesidades básicas y se potencia la adquisición de competencias y habilidades mediante talleres de contextualización, con especial énfasis en las labores de acompañamiento para la realización de múltiples gestiones y trámites administrativos; y una segunda fase de preparación para la autonomía, que comprende hasta que finalizan los 18/24 meses, más centrada en la capacitación y búsqueda de empleo.
Fatma y Amed habían agotado ya 12 meses de estancia en el programa cuando Teresa Aso recibió la llamada que les cambiaría la vida. “Era una oferta de empleo con dos requisitos: que la persona a contratar fuera refugiada y tuviera hijos menores a su cargo”.
Una empleadora comprometida
La oferta laboral venía de Ana P. propietaria de una granja porcina en una localidad de la provincia. “Vi en la tele un reportaje en el que hablaban de la despoblación del medio rural y cómo una familia de refugiados se había establecido en un pueblo aragonés y pensé que podría ser una buena idea buscar un empleado con ese perfil. Aquí no es fácil encontrar trabajadores y si venía una familia con niños podría ser beneficioso para el pueblo, para la escuela y, de paso, también apoyaba a unas personas que estaban en una situación muy difícil”, explica la empleadora.
El compromiso de Ana P. fue más allá y se volcó con Cruz Roja y con la familia en todas sus necesidades y sobre todo en la búsqueda de una vivienda para ellos, “uno de los retos más difíciles que tenemos porque apenas hay pisos de alquiler, y menos en el medio rural, y porque muchos propietarios se echan para atrás cuando el arrendatario es extranjero y, sobre todo, si procede de un país árabe”, explica Aso. Tras dos intentos fallidos y muchas gestiones, Ana P. logró encontrar un piso para Fatma y Amed.
Ahora Ana P. está satisfecha de la decisión que tomó hace 6 meses de ponerse en contacto con Cruz Roja para exponer su intención. “Desde el primer momento me atendieron muy bien y el proceso se ha ido resolviendo hasta llegar aquí. Amed no tenía experiencia, pero ha aprendido enseguida, es un trabajador serio y responsable. Creo que toda la familia ha encajado muy bien. Los vecinos, los compañeros, la gente del pueblo en general están contentos y también la directora del colegio que cuenta con tres alumnos más, lo que es muy importante en el medio rural. En un pueblo cercano este año han cerrado la escuela porque no había niños suficientes”.
Fatma también ha encontrado trabajo, a media jornada, como cuidadora en una residencia de personas mayores del entorno. Su integración es extraordinaria, los ancianos la quieren mucho y con los compañeros se lleva bien. El director del centro asegura que todo ha discurrido con normalidad desde el principio, “el hecho de que habla castellano bastante bien y que tiene una especial sensibilidad para tratar con las personas mayores le ayuda mucho para su trabajo”, dice, “aquí es una trabajadora más”.
Fatma y Amed añoran el hogar que dejaron y a su familia. Aún tienen miedo, pero cada vez menos y se sienten más seguros.
“Desde el mar vamos de la mano de Cruz Roja. Nos ayuda con cada problema que se nos plantea. Para nosotros es algo muy grande porque nos ha dado todo: una casa, comida, ayuda económica, material y refuerzo escolar para los niños y también apoyo psicológico, nos ha facilitado una abogada y lo más importante, la seguridad para no tener miedo, saber que no nos van a hacer daño”, dice la pareja.
Fatma se muestra muy agradecida por todo, también por la formación recibida, desde clases de castellano e informática a cursos de manipulación de alimentos o actividades auxiliares de almacén. “No podemos aprovecharnos de todo lo recibido sin responder. Ahora tenemos que estudiar, trabajar y participar en todo lo que nos pidan”, añade Fatma.
Más familias refugiadas
Cruz Roja en Huesca trabaja actualmente con 19 familias refugiadas que suman 51 personas. De ellas 21 se encuentran en la primera fase del programa y el resto en la segunda. El grupo más numeroso, 7 familias, es de Venezuela, 2 de Ucrania, otras 2 de Georgia y una procede de cada uno de los siguientes países: Túnez, Cuba, Bangladés, Sudán, Argelia, El Salvador, Armenia, Colombia y Palestina.
Como Fatma y Amed todas estas personas tuvieron que salir huyendo de sus países por diferentes motivos y abandonar sus casas y sus trabajos. Entre ellos hay tres personas que en su país de origen desempeñaban su labor profesional dentro del sector de la educación, desde la escuela primaria a la universidad. Otras trabajaban en oficios como la floristería, el pastoreo, la mecánica de coches, la conducción de vehículos como transportista o taxista, la pastelería y la hostelería. También hay quienes han trabajado toda su vida en la construcción o en el empleo doméstico. Otras personas tenían su propio negocio, como una gestoría, una tienda de ropa o de manualidades. También hay personas con estudios superiores y que ejercían como ingenieros informáticos y eléctricos, en bibliotecas públicas o eran contables, mientras que otras dedicaron su vida al ejército.
Todas ellas ahora, de la mano de Cruz Roja, están intentando superar los traumas, aprender el idioma de su país de acogida, formarse para encontrar un trabajo y una vivienda. Sin embargo, todo esto no es suficiente “necesitamos más gente al otro lado dispuesta a superar sus miedos y prejuicios y darles una oportunidad”, dice Teresa Aso. En definitiva, más personas como Eva P., como el director de la residencia de mayores o el propietario del piso donde vive esta familia que, libres de prejuicios, tiendan un puente a quienes se han visto obligados a abandonarlo todo.